diciembre 10, 2009

Donde nada pasa hay una pista de aterrizaje para el desastre (Parte 9)


Esa tarde de invierno era calurosa. La gente corría atareada, sudando a causa de su vestimenta ahora inapropiada. Sin embargo no había tiempo de parar. Los niños salían del colegio gritando y hambrientos de destrucción, los hombres buscaban refugio en la casa de sus amantes, mientras algunas mujeres abarrotaban los supermercados para comprar toda la comida baja en grasas posible. Yo, simplemente caminaba.

Perdí mi empleo a principios de Julio y ya había pasado por todas aquellas etapas bien conocidas: depresión, negación, ira, etc. Justo entonces atravesaba la famosa etapa de "camina por las calles sin rumbo fijo". Al ser una observadora de la exitosa vida de los demás, con sus autos, ropas con etiquetas caras y perros caniches, poco a poco comencé a notar que me había salido por completo de la carretera del mundo y que ningún Jack Kerouac podría hacerme cambiar.

A pesar de eso sonreía con superioridad al ver a las personas atoradas en los embotellamientos de tráfico. Cuando vendí mi auto para pagar las tarjetas de crédito pasaba por mi etapa de ira, así que por la noche me escabullí a casa de la mujer de pelo rojo que me lo compró y golpeé los faros traseros con el palo de una escoba. Después de eso no volví a desear tener uno porque concluí que los autos sacan lo peor de las personas.

Visitaba el café Hera un par de veces a la semana para llenarme de su olor a cigarrillo (dulce recuerdo a papá) y también para saborear la súper barata sopa de pollo con tallarines que sabía aun mejor condimentada con veinticuatro horas de estomago vacío. Esa tarde entré sin mirar a nadie, solo tomé un menú para hacerme la interesante ante la mesera antes de pedir mi sopa. Pensé en la vida que me perdía y en como se perdían los que decían tener una; en aquellas personas que se aprenden citas para sonar intelectuales y en aquellos que se escudan tras la frase "Lo vi en Discovery Channel". Recordé a un par de amistades que no sabía si habían dejado de hablarme por no haberles regalado algo en sus cumpleaños o por no tener saldo.

Dejaron la sopa en la mesa y contemplé el oleaje dentro del plato. Cada misterioso ingrediente estaba ahí, las zanahoria pálida, la papa que no sabía a papa, los tres diminutos trozos de pollo flotando, y a pesar del confort que otorga un platillo que siempre sabe igual, por primera vez en mucho tiempo sentí miedo. Y palidecí. Probablemente nunca tendré un bello perro caniche, pensé, supongo que necesitan ir a la peluquería seguido. Después de un rato mire mi reloj, la manecilla se había detenido. Era todo. Me quedé ahí viendo los tallarines enfriarse, sentada en el café Hera una tarde calurosa de invierno, acompañada únicamente por par de bolsillos vacíos. Fue cuando ví a Nora.

4 comentarios:

pepitoesbiencool dijo...

y las otras ocho partes?

zagoraquiz dijo...

hola me gusto tu relatito o como sea que lo consideres.
mi mama es la que hace con mucho cariño esos platos de caldo de pollo que tu compras gracias ati tengo mi PS3 y la familia acaba de comprar un mercedez CL y claro tengo que agradecerte por ti este sueño de una vida "TRIUNFADORA" se esta llevando acabo ahora solo me falta comprar mi traje "gucci" y demas banalidades como tu dices.. ese es el verdadero camino de triunfo jojojojo quien soy yo el exito parece relativo "lo esuche en histori channel" jajaja muy buenoo muy bueno

Ani dijo...

Hola.

Saludos al misterioso Zagoraquiz ;), espero que también tengas un perro caniche.

Agnes Milk dijo...

saludos, me gusto lo que leí

Besos