Quince minutos antes de que el receso terminara, Aimee corría hacía su salón. Era común que dos o tres veces por semana utilizara el pretexto de tener que copiar alguna tarea para salir un poco antes de la cafetería, de esta manera podía lograr estar a solas con él unos minutos, lo que se había convertido en un objetivo diario.
-Hola Aimee- dijo el profesor sentado en el escritorio con su lista de asistencia entre las manos.
Aimee saludó con la mirada y se dirigió a su asiento. Sacó de su mochila una pequeña libreta color púrpura, la cual una gran cantidad de pequeños papeles entre sus páginas le daban la apariencia de estar apunto estallar.
-¿Qué vamos a ver hoy en clase?- preguntó mientras hojeaba las hojas a lo tonto.
- Si tu compañeros me lo permiten, quizá intente terminar el tema de La reforma - el profesor sacó de su maletín una carpeta, y la puso sobre el pupitre de Aimee. Su asiento estaba justo enfrente de él, por lo que ni siquiera se levantó. - Eres buena escribiendo, aunque tienes muchas faltas de ortografía.-
-Tuve malos maestro, no puede culparme- ella abrió la carpeta para ver mas de 20 correcciones marcadas con una odiosa crayola roja a lo largo de la cuartilla. -Trataré de mejorar- agregó con un poco de sarcasmo.
Para Aimee el tiempo pasaba lento, una sensasión de asfixia comenzaba a marearla. Desde que entró a la secundaria, las constantes pláticas de 5 minutos con su profesor (ahora oficialmente su favorito) la tenían en un torbellino emocional. Magali le había dicho un par de veces que él la veía prolongadamente durante los exámenes mensuales. Gracias a que ella era lo que se catalogaría como una estudiante mediocre y con bajos niveles de concentración, podía darse el lujo de crear historias fantásticas alrededor de todos los personajes de su vida, entre ellos la escéptica Aimee. Sin embargo, fue Magali la que la convenció de darle el boletó el viernes pasado. Ese fin de semana fue el más largo de toda su vida, pero ahora nada en el profesor parecía haber cambiado.
Ambos guardaba silencio, la privacidad del último piso a la hora en que todo sano adolescente disfruta de las papas con refresco, les ofrecía una privacidad ahora incomoda. Habitualmente ambos conversaría sobre algun libro o las historias que ocurrian entre el alumnado. Ella solía reír bastante mientras él asentía relajado desde su asiento ligeramente mas elevando. Pero hoy no era ninguno de esos día. Aimee hizo lo más obvio de su parte sacando su ipod. Centró su mirada en la libreta, llena de boletos de autobus, la mayor parte de ellos colocados aleatoriamente entre las páginas donde se podían leer letras de canciones y anotaciones de la clase "querido diario". Pero era al final donde estaba su verdadero tesoro. Hasta ahora había recaudado 44 boletos de autobús cuya numeración (que en realidad se usa como folio) sumaban mágicos veintiunos. Y era bien sabido por cualquiera en la escuela, que el poseedor de un 21 puede exigir un beso del quien más se le apetezca, cosa que Aimee jamás había tenido el valor de hacer, hasta hacia tres día.
A las cinco para la una, su contemplación fue sacudida cuando su boleto numero 45 calló desde mas arriba de su cabeza agachada. Enfrente de ella el profesor la miraba con las tres arrugas de su frente marcadas al máximo.
-Una vez me explicaste que era esto... pero quiero saber porque me lo haz dado a mi- ahora él bajaba al nivel de ella para mirarla a los ojos.
-Se trata de un beso solamente - dijo en tono ecuanime mientras sus zapatos golpeaban contra el suelo.
-¿Haz besado a alguien alguna vez?- le preguntó
-No, y tú... ¿Haz...- Aimee se detuvo
-¿Qué? Dime rápido que no tardan en llegar tus compañeros-
-Y tu... a tu edad... ¿Haz besado una de trece años?-
Era la una en punto cuando el timbre sonó, señal para que los alumnos se agruparan en filas, ordenados por grupo y estatura para entrar a sus salones. Justo antes de que dejará de sonar, las mejillas de Aimee eran sujetadas por el profesor quien humedeció sus labios antes de besarla con la ansiedad natural de un treinteañero ante una virgen. Ella cerró los ojos. Él instintivamente bajó sus manos para tocar algo de su pierna desnuda bajo la falda.
El beso fue rápido, lo suficiente para que Aimee corriera a tomar su lugar que le correspondía en la fila. Magalí estaba ahí, justo detras de ella, aunque midieran la misma estatura.
-¿Te besó?- le susurro al oido.
-No, yo lo besé- le contestó Aimee, mientras comenzaba a sentir un sabor extraño en la boca- aunque no tiene un buen sabor.
-Es por la edad. Es por eso que te dije, que los hombre mayores no tienen chiste-
...