El frío nos dejó con los labios partidos y los bolsillos llenos de polvo. Llevando botas exageradas (creadas para caminar kilómetros) que terminamos usando para conducir autos compactos. Yo las usaba porque pensaba que manejar sin licencia era un deporte extremo.
Manejaba un auto con el asiento trasero lleno de hojas, con letras iguales a estas: inconclusas, ambiguas, pretenciosas. Y otras tantas totalmente alejadas a estas: entretenidas, intimas, reales.
Porque las historias buenas son las que decides no publicar en tu blog por miedo a que el sobrino de tu tío se enteré y se lo diga al padrino de tu hermano. Lo que la gente quieren leer (me incluyo) es ese tipo de historias que incomodan a tus familiares.